Lo que la pandemia nos dejó: todo es ficción (#todoesficcion)

Este verano se cumplirá nuestro décimo aniversario en Mallorca. Durante años, mi vida sucedía en los intervalos delimitados por los vuelos de retorno entre la isla y la capital, sin poder precisar muy bien cuál era el de ida y cuál el de regreso. Fue mi rutina durante casi diez años hasta que, sin más, desapareció. Y ahora, todos esos viajes apresurados y frecuentes están en mis recuerdos como si fueran la vida de otra persona.

Es frívolo hablar de los cambios que te ha supuesto la pandemia cuando en lo esencial todo ha ido de forma inmejorable. De momento estamos todos vivos, lo que ya puede considerarse un éxito dado el contexto, y a eso hay que añadir otras cosas positivas. El trabajo no sólo no se detuvo, sino que se incrementó, incluyendo variaciones que parecen irreversibles.

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Como un pingüino en un garaje

Like a bird on the wire,
Like a drunk in some old midnight choir
I have tried in my way to be free.

– Leonard Cohen

Muchas veces me he sentido así, seguro que a todo el mundo le pasado. Esa noche en la que estabas de sujetavelas de otros. El día que fuiste mamporrero. Esa fiesta en la que no pegabas ni con cola. La manifestación que te pilló a ti en medio, o la que se montó detrás de ti, como a Chaplin. Ese evento masivo al que no te tocaba asistir, cuando aún había eventos masivos (¡ay!). Porque sí, de eso va esto. Todos llevamos ya un mes siendo el pingüino en el garaje. No pintamos nada aquí donde estamos, pero tampoco vamos a salir a ninguna parte.

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«¡No juegues!»

Esta mañana adiviné las palabras exactas que iba a decir mi suegra al saber la noticia: se había muerto Fidel. Realmente para los cubanos hubiera sido la noticia del siglo, si hubiera ocurrido el siglo pasado. Pero sucedió que Fidel Castro se murió en 2016 a los 90 años, y cuando ya hace 10 del día en que Granma gastó para su jubilación el titular que debiera haber reservado para el día de hoy. «Absuelto por la Historia», nada menos. La de hoy es, por tanto, una extraña muerte póstuma.

Se muere Fidel y los Whatsapps de los cubanos se llenan de mensajes. Las familias se llaman y se escriben. Todos sienten la necesidad de comunicárselo unos a otros, haciéndose notar que, por muy esperado que fuera, nadie pensaba muy en serio la idea de que algún día iban a verlo morirse. Hoy habría sido un gran día para tener un cuartito lleno de pantallas con el que ver el tráfico de datos en Internet, y comprobar la vasta capilaridad de la diáspora cubana. Porque por encima de cualquier discusión ideológica, prevalece una realidad demográfica, social y familiar: en los casi sesenta años transcurridos desde que bajó de la Sierra Maestra, el mundo se ha llenado de cubanos. Cualquier cubano puede contarte la anécdota de cómo encontró a un compatriota en las circunstancias o ubicaciones más insólitas. Hoy zumban sus teléfonos llevando la noticia hasta el rincón donde esté el último cubano (un saludo si me está leyendo), mostrando la realidad innegable de que muchos cubanos prefirieron vivir en cualquier otro lugar antes que en su amada isla. Por los motivos que fueran, así fue. Y quienes les hemos conocido, amado, convivido con ellos y hasta procreado con ellos, debemos nuestros destinos a esta evidencia.

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«Yo no me quiero morir»

No recuerdo haber tenido noción de la muerte siendo niño. Quizás ocurrió, pero mi sensación durante años es que en mi familia no se nos había muerto nadie. No conocí a mis abuelos paternos. Y a los maternos he tenido la fortuna de conocerlos y disfrutarlos hasta su vejez. Así que el mundo fue para mí una constante de personajes hasta que a los 12 años murió mi bisabuela. En algún momento supe que esa sensación de haber estado a salvo de la muerte era una deuda que en algún momento habría que pagar.

La presencia de la muerte en los últimos años ha sido cruda y concreta. Se fueron mis abuelos, ya ancianos, y sobre todo se fue mi padre, un dolor del que es imposible desprenderse. Y ayer la muerte se convirtió en tema de conversación con una interlocutora inesperada.

Volvíamos una tienda en la que vimos un edredón. De vuelta a casa, mientras preparábamos la cena, comenté “no me compraré un edredón tan caro hasta que la perra se muera”, hartos como estamos de no ser capaces de evitar su peluda presencia a los pies de nuestra cama. Y de pronto, sin que hubiéramos reparado en que escuchaba la conversación, nuestra hija pequeña saltó como un resorte y empezó a preguntar:

– ¿Golfa se va a morir?

– Algún día, pero queda mucho para eso.

– Yo no quiero que se muera.

– Yo tampoco, pero todo el mundo se muere.

– ¿Nosotros también?

– Sí. Todo el mundo.

– Yo no me quiero morir. – Y entonces estalló.

Ver a mi hija de tres años construir no sólo el pensamiento, sino las consecuencias de la muerte fue demoledor. Verla aterrorizada e inconsolable. El vértigo y el horror de la nada. La certeza de la incertidumbre. La búsqueda de pretextos y de un consuelo. La necesidad de respuestas. La indignación y la exigencia. Las mismas reacciones de cualquiera que por un momento soslaya el gran tabú y asiste con pasmo a las mismas conclusiones, sin recordar nunca que ya hubo una primera vez. Esa primera vez que dijimos, con simpleza desnuda e irreprochable “yo no me quiero morir” y lloramos por ello.

A Isabel le pasó con tres años y luego pudo dormir tranquilamente, con la insensatez de cualquier adulto.

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En Elliptigo por la Bahía de Palma

¿Es una bici, es un avión? No, es un Elliptigo. No nos engañemos, es difícil llamarlo así. Creo que la gente lo llamará la «bicicleta rara» o la «elíptica de exterior» si se ponen en plan entendido. Pero bueno, para quien no sepa lo que es, aquí un vídeo:

Resulta que conozco a Paolo, que ha puesto en marcha el primer alquiler de ElliptiGo en Mallorca. Ayer me invitó a dar un paseo. Y el cacharro mola mucho.

Hay que decir que es un invento que parece hecho para un sitio como la Bahía de Palma. El recorrido es largo y realmente bonito. Si a eso le sumas una tarde como la que hizo ayer, puedes rematar la excursión con un baño en la playa al atardecer, que para mí fue uno de esos momentos impagables de vivir aquí.

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Todo sobre mi nacra

Aquí parece que todavía nadie se ha enterado que es otoño. Tú vas a la playa, y allí sigue siendo verano. Un veranillo que dura menos horas al día, pero que te permite bañarte todavía.

Así que la semana pasada buceé dos días. El primero en Illetas, en un día entre semana en el que elegí escaparme a la hora de la comida. Hacía un tiempo espectacular, y además hice varias cosas que no había hecho nunca. La primera, estar sólo en una isla desierta. Vale que era un islote pegado a la costa, pero llegar nadando a un lugar en el que sólo estás tú tiene algo un poco literario. Yo ya me había hecho el rey del lugar y estaba a puntito de empezar a dictar leyes despóticas cuando descubrí que mi paraíso privado ya estaba siendo colonizado por alemanes. En fin, lo normal. Así que me volvía al agua y allí me topé con una cosa que no conocía. En el fondo, entre la posidonia, había algo de un tamaño considerable que nunca había visto. Un inglés con el que me crucé después (sí, me crucé con un inglés en el mar) lo definió como Big Shell. Pero si yo le hubiera tenido que poner nombre, hubiera sido sin duda mejillosaurio. O la concha madre, para escándalo de los argentinos.

Nacra

Nacra

Evidentemente, en cuanto llegué a casa busqué «bivalvos gigantes del mediterráneo» en Google. Joder, qué poco duran los misterios hoy en día.

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Rescoldos

estellencs

No tiene mérito enamorarse del paisaje de Estellencs. Es fácil sentir, aunque sea durante un suspiro, que uno podría ser feliz en un sitio así. La primera vez que pasé por ahí dije:

– El día que sea obscenamente rico me compraré una casa aquí.

¿Y por qué ligarlo al dinero? Porque claro que no compra la felicidad, pero sí permite dejar de pensar en lo demás. Y puestos a imaginar un escenario para el sueño de poder vivir sin preocupaciones, el decorado que yo le pongo es Estellencs.

Por lo tanto, queda claro que tengo una envidia inocua (nunca es sana) por todos aquellos que ya han tenido por nacimiento o por convencimiento la fortuna, no necesariamente material, a la que yo aspiro en la vida. Y de repente, el monte se quema y quienes viven en él duermen en un polideportivo, y yo me pregunto quién mordió la manzana para que los expulsaran del paraíso.

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Ver mundo y elegir vivir en Mallorca

No estaba muerto, estaba de parranda. Bueno, de lo que sea, porque parranda poca, la verdad. Pero quien escribe este blog vive.

La vida sigue su curso, y se puede decir que ya nos hemos hecho nuestro hueco aquí. Y ayer conocí a un tipo cuya historia me ha animado a volver a escribir aquí.

mallorca-desde-el-espacio

Hay que imaginarlo. Un alemán deportivo que raya la cincuentena, que te recibe en su oficina vestido de playa, porque indudablemente no montó su oficina un chalé con vistas a la bahía para vestirse de oficina. Ex-directivo de multinacional americana que dejó todo para irse a recorrer el mundo de cabo a rabo con su mujer y sus hijos. La presencia física propia de quien hace yoga, con la postura perfecta, y los ademanes pausados que te dicen claramente controlo mi respiración y soy mucho más sano que tú. Un señor que trabaja y vive en inglés y en alemán, que viaja cada dos por tres, y que después de recorrer el mundo y valorar dónde quería vivir -mencionó Hawaii y no sé si Tailandia- decidió quedarse en Mallorca. Lo resumió así (traducción libre):

– Es uno de los lugares más hermosos del mundo. Y de los más hermosos, es el mejor conectado.

Así que bajé de vuelta a la ciudad reforzado en mi intuición, porque con menos trayecto yo llegué a una conclusión parecida.

Yo no he visto mucho mundo, es cierto. Desde luego, menos del que me gustaría. Pero no me hace falta para saber que esta isla es única. Y hoy tengo otra intuición: sé que cada vez que vea un paisaje hermoso, lo compararé con uno de Mallorca.

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[La foto nocturna del Mediterráneo desde el espacio es de la NASA]

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Vivir hasta no merecer piedad

Nuestra vecina más inmediata es una mujer mayor. No sé exactamente de qué edad, pero muy mayor. Tiene hijos. Al menos dos. No viven lejos.

La buena mujer tiene la cabeza perdida, totalmente. Cada pocos días llama a nuestra puerta por algún motivo.

– Es que no se que decirles a esas mujeres que se me han metido en casa. Y no sé cómo hacer para que se vayan.

– ¿¿Cómo??

Y uno va a su casa, apaga la tele y se acaba el problema.

– ¡Gracias! No sé que haría sin ti. Nunca se me hubiera ocurrido esto que has hecho. Es que yo a estas señoras no las conozco de nada. – Y la pena que te da es horrible.

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Un invierno en Mallorca

A lo tonto, ya llevamos más tiempo aquí que el que pasaron Chopin y George Sand en la isla, pero no parece que a nosotros nos vayan a poner ni una mísera placa por estos meses de invierno. Al fin y al cabo, ella escribió un libro con «Mallorca» en el título y puso a parir a los mallorquines, y yo lego a la posteridad un blog al que tengo desatendido, pero en el que de momento no he dicho nada malo. Así que voy a hacer un textito nuevo para que no se diga que no me esforcé.

Este blog es un claro reflejo de lo que ha pasado en los últimos tiempos. En primer lugar, desde Navidad o un poco antes nuestro trabajo experimentó aprietos de los que empezamos a salir. Poco tiempo libre. Cerrado por hibernación.

Así que vamos a ponernos al día, punto por punto. Seguir leyendo

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